abril 22, 2009

Volverán las oscuras golondrinas

Me mudé a Canadá con la idea de un aislamiento que me obligara a escribir. Pero como pasa siempre entre la realidad y la idea, una tercera opción se instala que no es ni lo que se imagina uno ni lo que el curso de los acontecimientos parecía que daría. En palabras de Edgar Morin, padre del pensamiento complejo, "la idea puede imponerse a lo real, pero lo real no se conformará por ello a la idea". Los hijos de lo real y la idea "no se parecen a ninguno de los progenitores". En resumen, aislarse no es sinónimo de que uno va a escribir como escribir tampoco es una cosa que sé dé siempre a razón de las mismas motivaciones.

Sólo me parece que escribir está relacionado con la ausencia. No se puede escribir sobre lo que se tiene delante, creo. Es decir, se escribe con la vista puesta hacia el pasado, lo que ya no es. Por eso dicen que para escribir hace falta vivir. Quizá más por eso, y menos porque la convivencia familiar fuera invasiva (demasiado celoso de mi encierro, no me importa lanzar mordidas cuando alguien quiere acotarlo) como inventé para salir del paso, me vine a Canadá. Por inaugurar un periodo nuevo, lleno de posibilidades de cambio, pero también para poder ver lo que permanece de lo que se deja. Lo que permanece dentro de uno y que luego querrá poner en la escritura.

Llevo una semana en Canadá. Los cerezos no saben si retoñar o no porque un día hace 18 grados y al otro día 7. También aquí digo que me quiero quedar. Y también sé que me iré, lo cual le da a cada calle una perspectiva diferente a la que tiene la gente que dice que está aburrida de la monotonía canadiense. Pienso: ¿cuántas de esas frases que imaginan que siempre debe haber diversión no provienen de la publicidad?. ¿En el fondo que es lo que realmente queremos? ¿Irnos? ¿quedarnos? ¿Volver, como las oscuras golondrinas de Bécquer?

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