abril 30, 2009

El siguiente día del beso

Con lo importante que son los besos para nosotros. Al llegar y al despedirse, aunque sea a media calle, marcaba la norma implícita. Con lo besucones, lo tentones, lo confianzudos que somos los mexicanos. Esto sí nos da en la torre. La crisis económica como fuera nos la sacudíamos, siempre había la posibilidad de ir a los cafés a contarse los problemas diarios, a quejarse del trabajo que se incrementó, a reírse de lo absurdo de la vida de los demás para distraerse del absurdo propio. Pero ahora ni eso.

El tapabocas le dice la gente, el cubrebocas los políticos. Porque no sólo cubre, tapa, como tapa de topperware para que no se escapen los olores. Nos tapa el gesto expresivo. Si en Francia o en Suiza se lo ponen no hay mucho que perder, el gesto insípido que hay debajo se adivina siempre. Pero en México siempre es posible saber por el acomodo de los labios si seguimos sin encontrar trabajo, o si por el contrario nos venimos saboreando un chisme que ya queremos llegar a contar. También si amanecimos de malas o si traemos ganas de pleito.

Nos tapa la voz. Con tapabocas nuestras voces tipludas se harán pastosas, no tendremos ganas de hablar, cansados de estar repitiendo lo que decimos para que nos entiendan. Por miedo, ya no tocaremos el hombro de nuestro interlocutor para acentuar lo que le contamos. Las confidencias de pasillo ya no sazonarán las mañanas de trabajo y los saludos se limitarán a un gesto de la cabeza o de la mano que al mismo tiempo que dice hola dirá no te acerques.

Mantenernos vivos es lo más importante, naturalmente. Pero además, los mexicanos esperaremos con ansias el momento de volver a abrazarnos, quizá ahora lo haremos más, a la menor provocación, y mejor, con más sentido porque alguna solidaridad nos habrá despertado este extraño capítulo.

Ese día, querremos besarlos a todos, a todos, ya redescubierto el placer de lo que siempre nos ha sido tan natural y que otras culturas más rígidas no entienden y ven con reprobación (aunque en sus fríos cuartos no sepan porque se sienten tan solos).



Que se decrete el día del beso nacional, el día de nuestra liberación.



abril 27, 2009

¿Ya le llegó el pants a Julio?


La historia se remonta muchos años atrás, cuando mi lejana prima la Güera nos encontraba desayunando gorditas en el mercado. Como era la única hija casada de mi tío Lencho, y güera además, le daba por hacerse la señora fina y mostrar delante de toda esa gente sudorosa del mercado que ella sí compraba en las tiendas de categoría de la época.
Mi mamá trabajaba en una de ellas, por eso en cuanto la veía la Güera le gritaba de un extremo a otro del puesto:
- ¡Lupitaaaa! ¿Ya le llegó el pants a Julioooo?
Mi mamá enrojecía y casi se tapaba con la tortilla recién hecha con que acompañaba su menudo de cada domingo. Cada semana había que estarla informando de la llegada de los exitosos Hang Ten.
Mi hermano Memphis lleva años imitándola. Reproduce a la perfección su timbre agudo, pero sobre todo, el chiflidito característico que se escapaba de la cara huesudita de la Güera, como si le faltara un diente.
Desde entonces me llama la atención esa tendencia familiar a hablar en singular de cosas que se deben mencionar en plural. Por el pants ella quería decir los pants (que es como en México mal llamamos a los trajes de deportes), los cuales como no vienen en costales ni se venden como granos de frijol (el frijol), son objetos terminados, deben mencionarse con su artículo.

¿La Güera lo haría para escucharse elegante antes de morder su gordita de chicharrón o realmente estaba hablando de un solo pants?



abril 23, 2009

Semántica personal

Los discursos se construyen de otros discursos. Necesitamos que lo que decimos ya haya sido dicho para ser comprendido. Es decir, aprendemos a hablar lenguas que ya han sido habladas. Nacemos a la lengua que habla a través de nosotros.

Esos discursos que constituyen nuestra visión de las cosas, nuestros objetivos y nuestras fallas, están representados en las personas que influyen en nosotros. Como una palabra que busca su colocación en la frase, todos nos adaptamos y buscamos una función con respecto a otras partes de la oración que son nuestros universos personales.

Esos seres son nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros maestros, la gente que admiramos, también la gente que despreciamos o que nos ha lastimado, que por una extraña razón queremos a pesar de todo, gente que al morir nos lega una parte de los significados que acarreó en vida. Gente que motiva lo que creemos, que dota con un sentido particular esto tan general que llamamos estar vivos.

Si me dan chance, de ellos quisiera hablarles.

¿Porqué no he escrito?

Me escribe mi amiga Vero Castro (homónima de la famosa cantante pero no menos brillante y mucho más sofisticada) de la Piedad, Michoacán, para reclamarme dulcemente que ya no escriba... Así fue como me enteré de que ella leía mi blog y que mis notas perdidas le eran importantes. Además de ella ¿cuanta gente pasa por este lugar y se enfadará de ver que no he pasado de mi nota sobre el capitalismo...? A mi me sucede con otros blogs.

¡Pero ustedes tampoco escriben!

Sean generosos, compartan algo de lo que viven y que este blog de vez en cuando les despierta.

abril 22, 2009

Volverán las oscuras golondrinas

Me mudé a Canadá con la idea de un aislamiento que me obligara a escribir. Pero como pasa siempre entre la realidad y la idea, una tercera opción se instala que no es ni lo que se imagina uno ni lo que el curso de los acontecimientos parecía que daría. En palabras de Edgar Morin, padre del pensamiento complejo, "la idea puede imponerse a lo real, pero lo real no se conformará por ello a la idea". Los hijos de lo real y la idea "no se parecen a ninguno de los progenitores". En resumen, aislarse no es sinónimo de que uno va a escribir como escribir tampoco es una cosa que sé dé siempre a razón de las mismas motivaciones.

Sólo me parece que escribir está relacionado con la ausencia. No se puede escribir sobre lo que se tiene delante, creo. Es decir, se escribe con la vista puesta hacia el pasado, lo que ya no es. Por eso dicen que para escribir hace falta vivir. Quizá más por eso, y menos porque la convivencia familiar fuera invasiva (demasiado celoso de mi encierro, no me importa lanzar mordidas cuando alguien quiere acotarlo) como inventé para salir del paso, me vine a Canadá. Por inaugurar un periodo nuevo, lleno de posibilidades de cambio, pero también para poder ver lo que permanece de lo que se deja. Lo que permanece dentro de uno y que luego querrá poner en la escritura.

Llevo una semana en Canadá. Los cerezos no saben si retoñar o no porque un día hace 18 grados y al otro día 7. También aquí digo que me quiero quedar. Y también sé que me iré, lo cual le da a cada calle una perspectiva diferente a la que tiene la gente que dice que está aburrida de la monotonía canadiense. Pienso: ¿cuántas de esas frases que imaginan que siempre debe haber diversión no provienen de la publicidad?. ¿En el fondo que es lo que realmente queremos? ¿Irnos? ¿quedarnos? ¿Volver, como las oscuras golondrinas de Bécquer?

Gracias por leerme, pero ya que andas en eso, escríbeme tu comentario...

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