La defensa de mi tesis parece haber tenido un efecto detonador: después de ese día que terminé exhausto con una patinada intensa para relajarme, mi realidad bisontina ha comenzado a desmantelarse.
La primera en irse fue mi vecina Marilda, la brasileña. Le gustaba gritarme de una ventana a la otra para avisarme cuando la Facultad estaba tomada. Ya no la oiré con su voz brasileña, inevitablemente estentórea y azucarada, quejarse machacona de los franceses y sus manías en sus largas llamadas que muchas mañanas sazonaron el final de mis sueños.
La primera en irse fue mi vecina Marilda, la brasileña. Le gustaba gritarme de una ventana a la otra para avisarme cuando la Facultad estaba tomada. Ya no la oiré con su voz brasileña, inevitablemente estentórea y azucarada, quejarse machacona de los franceses y sus manías en sus largas llamadas que muchas mañanas sazonaron el final de mis sueños.
Esta noche soy el único en el diminuto edificio del siglo no sé cuantos y siento raro. Nos acostumbramos hasta a lo que no nos hacía falta. A la compañía invisible de los que sabemos que están ahí. Como Marilda, siempre trabajando en su tesis.
Finalmente la partida de Marilda es un recordatorio de la mía y una prueba de que sí, cada momento, cada etapa son únicas. Con esto no quiero mistificar la rutina. En mi patinata de hoy me dí cuenta de que la repetición de actividades nos esconde el verdadero valor de los acontecimientos. La vecina brasileña es emblema de la bonita vida, tranquila, llena de esfuerzos para sobreponerme a una pena de amor, y por eso: dulce, mía, con mis rutinas inventadas y los seres que vinieron a comer conmigo, o que simplemente estaban ahí en su casa trabajando, que he llevado en Besancon.
El departamento de Marilda está vacío. Se fueron su colchón y su mesa blanca. En una semana este lugar también perderá su orden preciso y mi aroma, ese que percibo cuando vuelvo del gimnasio o de alguna tonta diligencia, se irá disipando poco a poco, como fue en las otras casas.
Todo parece largo, es sólo un instante.
Finalmente la partida de Marilda es un recordatorio de la mía y una prueba de que sí, cada momento, cada etapa son únicas. Con esto no quiero mistificar la rutina. En mi patinata de hoy me dí cuenta de que la repetición de actividades nos esconde el verdadero valor de los acontecimientos. La vecina brasileña es emblema de la bonita vida, tranquila, llena de esfuerzos para sobreponerme a una pena de amor, y por eso: dulce, mía, con mis rutinas inventadas y los seres que vinieron a comer conmigo, o que simplemente estaban ahí en su casa trabajando, que he llevado en Besancon.
El departamento de Marilda está vacío. Se fueron su colchón y su mesa blanca. En una semana este lugar también perderá su orden preciso y mi aroma, ese que percibo cuando vuelvo del gimnasio o de alguna tonta diligencia, se irá disipando poco a poco, como fue en las otras casas.
Todo parece largo, es sólo un instante.
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