Con lo importante que son los besos para nosotros. Al llegar y al despedirse, aunque sea a media calle, marcaba la norma implícita. Con lo besucones, lo tentones, lo confianzudos que somos los mexicanos. Esto sí nos da en la torre. La crisis económica como fuera nos la sacudíamos, siempre había la posibilidad de ir a los cafés a contarse los problemas diarios, a quejarse del trabajo que se incrementó, a reírse de lo absurdo de la vida de los demás para distraerse del absurdo propio. Pero ahora ni eso.
El tapabocas le dice la gente, el cubrebocas los políticos. Porque no sólo cubre, tapa, como tapa de topperware para que no se escapen los olores. Nos tapa el gesto expresivo. Si en Francia o en Suiza se lo ponen no hay mucho que perder, el gesto insípido que hay debajo se adivina siempre. Pero en México siempre es posible saber por el acomodo de los labios si seguimos sin encontrar trabajo, o si por el contrario nos venimos saboreando un chisme que ya queremos llegar a contar. También si amanecimos de malas o si traemos ganas de pleito.
Nos tapa la voz. Con tapabocas nuestras voces tipludas se harán pastosas, no tendremos ganas de hablar, cansados de estar repitiendo lo que decimos para que nos entiendan. Por miedo, ya no tocaremos el hombro de nuestro interlocutor para acentuar lo que le contamos. Las confidencias de pasillo ya no sazonarán las mañanas de trabajo y los saludos se limitarán a un gesto de la cabeza o de la mano que al mismo tiempo que dice hola dirá no te acerques.
Mantenernos vivos es lo más importante, naturalmente. Pero además, los mexicanos esperaremos con ansias el momento de volver a abrazarnos, quizá ahora lo haremos más, a la menor provocación, y mejor, con más sentido porque alguna solidaridad nos habrá despertado este extraño capítulo.
Ese día, querremos besarlos a todos, a todos, ya redescubierto el placer de lo que siempre nos ha sido tan natural y que otras culturas más rígidas no entienden y ven con reprobación (aunque en sus fríos cuartos no sepan porque se sienten tan solos).

Que se decrete el día del beso nacional, el día de nuestra liberación.
El tapabocas le dice la gente, el cubrebocas los políticos. Porque no sólo cubre, tapa, como tapa de topperware para que no se escapen los olores. Nos tapa el gesto expresivo. Si en Francia o en Suiza se lo ponen no hay mucho que perder, el gesto insípido que hay debajo se adivina siempre. Pero en México siempre es posible saber por el acomodo de los labios si seguimos sin encontrar trabajo, o si por el contrario nos venimos saboreando un chisme que ya queremos llegar a contar. También si amanecimos de malas o si traemos ganas de pleito.
Nos tapa la voz. Con tapabocas nuestras voces tipludas se harán pastosas, no tendremos ganas de hablar, cansados de estar repitiendo lo que decimos para que nos entiendan. Por miedo, ya no tocaremos el hombro de nuestro interlocutor para acentuar lo que le contamos. Las confidencias de pasillo ya no sazonarán las mañanas de trabajo y los saludos se limitarán a un gesto de la cabeza o de la mano que al mismo tiempo que dice hola dirá no te acerques.
Mantenernos vivos es lo más importante, naturalmente. Pero además, los mexicanos esperaremos con ansias el momento de volver a abrazarnos, quizá ahora lo haremos más, a la menor provocación, y mejor, con más sentido porque alguna solidaridad nos habrá despertado este extraño capítulo.
Ese día, querremos besarlos a todos, a todos, ya redescubierto el placer de lo que siempre nos ha sido tan natural y que otras culturas más rígidas no entienden y ven con reprobación (aunque en sus fríos cuartos no sepan porque se sienten tan solos).

Que se decrete el día del beso nacional, el día de nuestra liberación.