La realidad es que en Cuba, el discurso oficial del gobierno resulta sólo el ropaje viejo y teatral de un sistema mercantil tan deshonesto y antisocial como el del más capitalista de los países de occidente. La serie de dificultades ligadas al comercio clandestino para la obtención de productos básicos, y otras prácticas ya asimiladas e institucionalizadas por el estado, principalmente la puesta en circulación de un doble sistema monetario, llaman la atención por su carácter antinacional en un país que se dice primero en la defensa de la soberanía y el bienestar social.
Aunque ya se contaba con una moneda nacional, el peso cubano convertible se puso en circulación en 2004 para servir como forma de pago en los establecimientos autorizados para la venta de productos y servicios en moneda extranjera (es decir, el ramo turístico), con el objetivo de ejercer una forma de control estatal de este tipo de ingresos en la isla, y con una paridad idéntica al dólar. No obstante, el peso convertible o “chavito” también se autorizó como una forma de pago en ciertas entidades (que no se enlistan en la declaración oficial) para estimular su circulación entre la ciudadanía.
Desde entonces, el chavito (equivalente a veinticinco pesos cubanos) parece haber institucionalizado lo que en Cuba ya se daba de forma no reconocida: la existencia de dos realidades económicas (y por ello sociales) que distingue entre los que poseen divisa o moneda extranjera, y los que no la poseen y por lo tanto no pueden acceder al tipo de bienes y servicios cuyos precios, acordes con la economía del extranjero, resultan inalcanzables para los ciudadanos que ganan en moneda nacional, al grado de que un muslo de pollo y un refresco en un rapidito puede representar un tercio de un sueldo mensual.
Si por un lado las Cadecas (casas de cambio) instaladas por el gobierno a lo largo de toda la isla sirven para ejercer una suerte de blanqueo de las monedas extranjeras circulantes (en abril de 2005 el valor del dólar frente al peso convertible se revaluó en un 8%); por el otro, Cubalse (poderosísima concesionaria estatal autorizada para la explotación en peso convertible de restaurantes, supermercados, mueblerías, boutiques y toda clase de chopin, tiendas de recuerdos, expendios de comida rápida, autobuses turísticos, hoteles, ferreterías, etc.) promueve la operación de una economía capitalista en un país donde el esfuerzo individual por acceder al capital está penalizado.
De esta manera, el peso nacional corresponde con los ideales frustrados de la revolución (ya que según éstos la población sólo necesitaría pagar por pocos beneficios extras además de los que el estado garantiza), mientras que hipócritamente el peso convertible debe su demanda justamente al hecho de que esos ideales en la realidad no se cumplen y la gente tenga que inventar –con todo su costo social- para acceder a ese bienestar exclusivo que se expende en divisa. Ojo: a veces ese bienestar puede ser un coche o una mejor casa, pero también puede ser simplemente una bolsa de leche en polvo, una libra de carne o un cepillo de dientes.
La chopin, como llaman los cubanos a esa especie de reino encantado en donde van a encontrar todo lo que necesitan y que el estado no les puede dar, pero que les ofrece a cambio de jugosos pesos convertibles -que a su vez tampoco les puede dar-, contiene en su nombre la doble figura de la cubanidad que todo se lo apropia con alegre resignación y lo convierte siempre en algo musical, y la influencia indeseable del shopping, promotor en todo el mundo (y bajo todos los regímenes, ya se ve) de la concentración institucionalizada de la riqueza.
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