
Siempre había sospechado que mi relación con la comida tenía algo de enfermizo. Comía con los ojos. El placer estaba en ver lo que me iba a comer, cuanto más abundante mejor. Después simplemente engullía guiado únicamente por el volumen, sin degustar, sin elegir, sin medir, sin pensar en qué hora del día estoy y de qué forma voy a aprovechar los alimentos.
Son preguntas que no nos hacemos nunca, pero finalmente el acto fundamental de comer es para darle sustento a nuestro cuerpo.
Al mismo tiempo, sabemos que comer es el derecho más elemental de todo ser humano, que toda nuestra existencia se basa en un principio fisiológico. Lo primero que nos preocupa de la gente que queremos es que puedan comer, también debería preocuparnos a nivel planetario. Lo manifestamos en crisis cuando alguien se queda sin dinero pero también en bonanza cuando tratamos de agradarlos con comida.
Pero en todos los casos, relacionamos los volúmenes con el gusto. El cuerpo también aprende a satisfacerse por la vista de algo gordo y sobrado, y a prefereir un pastel que le dará sustento en exceso, pero que al menos no lo dejará pasar hambre, a una zanahoria cuyas enzimas le harán bien a nivel celular pero que no le dará mucha energía.
Retomar mi cuerpo, recapitanearlo también significa agudizar este tipo de cuestiones sin satanizar nada. Finalmente la función de un postre (y la delicia de prepararlo) no es la misma que la que cumple un pedazo de carne un día de mucha actividad muscular. Una verdadera síntesis debe hermanar ambos principios.